6 de octubre de 2014

¿Que nos diría hoy Ortega y Gasset?

Por José Edgardo Carballo Sawula. (*)


José Ortega y Gasset (1883–1955).
Luego de participar de un seminario en la Fundación Libertad de Rosario, con panelistas de prestigio internacional, quienes se refirieron al "populismo" y la "pobreza", de inmediato recordé algunos datos históricos que en algún momento asombraron a la Argentina.

A partir de 1853 la Argentina tuvo su Constitución Nacional y se inició en el país una etapa exitosa en lo social y en lo económico, con un crecimiento casi milagroso, ubicándose en el grupo de países más exitosos y democráticos del planeta.

Ortega y Gasset, pensador español de gran influencia en nuestro país, advirtió peligrosas fallas en el alma criolla (mucha euforia). De allí viene su recordada frase "¡Argentinos, a las cosas!".

Han transcurrido casi setenta años y el actual escenario socio-político se halla en las antípodas al otrora. Se arraigó en el ideario cívico la fuerte presencia de del Estado, de cortes populistas, con interrupciones democráticas por golpes militares. Hoy, luego de una década de gobierno de una familia, que no es poco, seguimos con problemas de orden netamente de sistema. No funciona el republicanismo, menos aún el federalismo. Cada vez se va debilitando más la delgada línea que debe separar los tres poderes previstos por la Constitución, la cual justamente tiene su fundamento en poner frenos y límites al gobierno para garantizar los derechos del individuo, su libertad individual y de comercio y su propiedad privada.

El Estado invadió esferas que solo corresponden al individuo, abandonando sus funciones básicas como brindar seguridad y justicia (a diario escuchamos diversos hechos de violencia). Vemos cómo el aparato estatal se va agrandando con más empleados públicos y las leyes salen a pedido del Ejecutivo, como si el Congreso fuera una mera escribanía, lo que indica una baja calidad institucional.

Así, a más burocracia es menester recaudar más, echando mano a la creatividad de los legisladores para dictar nuevas leyes impositivas que se van sumando a las anteriores, creando un peso tributario tremendo, violentando el derecho de propiedad.

El individuo es menos dueño del fruto de su esfuerzo, pues coactivamente el Estado se apropia para –según fines altruistas– redistribuir la riqueza. Sin embargo se usa para pagar el gasto público tremendo, con poca transparencia, lo que deja un halo de corrupción.

A pesar de ello hay un alto índice de pobreza, desempleo, inflación, inseguridad, y lo más grave, una cultura de dependencia y una costumbre a no trabajar.

El exceso de regulación estatal genera esta ralentización de la economía, donde vemos una clase media "consumista" que no ahorra en pesos por la desconfianza en el valor de la moneda, o se refugia en bienes que estiman que les asegura sus ahorros, o se refugia en los dólares, lo que provoca descapitalización de la economía. Estas causas generan una necesidad de emisión monetaria, lo que desencadena esta inflación que castiga a los más pobres. No se habla de políticas liberales, por ser "políticamente incorrectas". Hablar de capitalismo es mala palabra.

En educación se dejó de premiar a la excelencia y se becan a los que no estudian y se eliminó el aplazo por considerarse "estigmatizante".

Argentina no es un país pobre. Es un país empobrecido por políticas estatistas y gobiernos que entienden que regulando e invadiendo la economía y la vida y los bienes de los argentinos tendremos una nación floreciente.

A diferencia de 1929, los argentinos ya no están eufóricos, no cuentan con sueños ni con esperanzas. Hoy, con un país divido, con intolerancia y sumidos en la apatía, resulta difícil escuchar la voz de Ortega y Gasset.

Quizás un futuro próximo encuentre a la Argentina un proyecto, una oportunidad que nos coloque en la senda del encuentro, del entendimiento y del crecimiento que nos ha señalado Alberdi y nos ha asegurado Urquiza, y podamos volver a las cosas.


(*) José Edgardo Carvallo Sawula.
Abogado del Foro de Corrientes.

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