27 de septiembre de 2014

Roma, la primera víctima del populismo


Por Javier Milei. (*)
Mayo de 2014.


Los habitantes de la Roma antigua tenían un estándar de vida elevado. Aún hoy, los turistas siguen maravillándose de los templos, los baños, las calles y los acueductos que aquella antigua civilización había logrado construir. Alrededor del año 100 A. C., Roma tenía calles mejor pavimentadas, un mejor sistema de evacuación y abastecimiento del agua y mejor protección contra los incendios que las capitales de la Europa civilizada del 1800 (Mokyr).

Las explicaciones para el sorprendentemente elevado estándar de vida en el Alto Imperio no pueden basarse sobre ninguna tecnología espectacular de la época. Por lo contrario, el motivo de dichos logros se debe a que los mercados de bienes, la disponibilidad de mano de obra y los mercados de capitales se desarrollaron adecuadamente durante la Roma antigua, lo cual contribuyó a promover la especialización y la eficiencia. Esto es, las instituciones propias del mercado y un sistema de gobierno estable fueron los ingredientes básicos que produjeron este admirable resultado.

Así, al llegar el Imperio Romano a su cénit en el siglo II –bajo los Antonios, los emperadores "buenos"–, se había instaurado un avanzado régimen de división social del trabajo al amparo de un activo comercio interregional. Varios centros metropolitanos, un número considerable de ciudades y muchas aglomeraciones urbanas más pequeñas constituían núcleos de refinada civilización. Los habitantes de estas poblaciones eran abastecidos de alimentos y materias primas procedentes no ya de las comarcas agrícolas próximas, sino también de provincias lejanas. Algunos de estos suministros fluían en concepto de rentas, pero la porción más considerable provenía del intercambio de los productos manufacturados de los habitantes de la ciudad y los artículos ofrecidos por los miembros de la población rural. Se registraba además un comercio intensivo entre las distintas regiones del vasto imperio. Tanto la industria como la agricultura tendían a un nivel creciente de especialización. Las diversas partes del imperio no eran económicamente autárquicas sino que operaban de modo interdependiente.

En este contexto floreciente apareció por primera vez el populismo. El lema de los gobernantes en Roma era "panem et circenses" (pan y circo), premisas bajos las cuales el Estado garantizaba las conquistas sociales de los pobres (Huerta de Soto). El comercio de cereales y demás bienes considerados de primera necesidad se convirtieron en objeto de la intervención por parte de las autoridades del imperio. Se consideraba inmoral pedir por los artículos esenciales precios superiores a los que las gentes estimaban normales. Las autoridades intervenían enérgicamente para cortar lo que consideraban abusos de los especuladores. La escasez fue atacada mediante la implementación de la annona (nacionalización del comercio de granos), la cual fracasó de manera rotunda empeorando aún más las cosas. Los cereales escaseaban en las aglomeraciones urbanas y los agricultores, por su parte, se quejaban de que el cultivo no era rentable a los precios fijados. La creciente interferencia de las autoridades impedía que se equilibrara la oferta con una siempre creciente demanda.

El desastre final sobrevino cuando, ante los disturbios sociales de los siglos III y IV, los emperadores decidieron financiar el déficit del Estado degradando la calidad de la moneda. Tales prácticas inflacionarias, unidas a controles de precios, definitivamente paralizaron la producción y el comercio, desintegrando toda la organización económica. Para no morir de hambre, la gente huía de las ciudades; retornaban al agro, dedicándose al cultivo de cereales, olivos, vides y otros productos, pero sólo para el propio consumo. Paso a paso, la agricultura en gran escala resultaba cada vez menos racional dados los exiguos precios. A su vez, como los propietarios rurales no podían vender en las ciudades, los artesanos urbanos perdieron también su clientela. Al final, el terrateniente abandonó la explotación en gran escala y se convirtió en mero receptor de rentas abonadas por arrendatarios y aparceros. Los latifundios fueron haciéndose cada vez más autárquicos. La actividad económica de las grandes urbes, el comercio mercantil y el desenvolvimiento de la manufacturas ciudadanas se redujo de modo notable. El progreso de la división del trabajo se derrumbó, tanto en Italia como en las provincias del imperio. La economía de la antigua civilización (que había alcanzado tan alto nivel) retrocedió a un status que hoy denominaríamos feudal, el cual se volvió a recuperar entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX.

En función de ello cabe preguntarnos qué hubiera pasado con el desarrollo de la humanidad si el Imperio Romano no hubiese caído, entre otras cosas, en las garras del populismo. Para construir este contrafáctico resulta clave el punto donde se corta la serie romana y el empalme en torno a la Edad Moderna. Para ello trabajaremos con el modelo de crecimiento unificado de Oded Galor, quien combina en un modelo los resultados malthusianos con el crecimiento endógeno basado en la acumulación de capital humano y la transición demográfica. Respecto al primer corte, el mismo estaría dado en el año 350 D. C., momento en que se produjo la decantación del sistema de políticas populistas combinadas con controles de precios ligadas al Edicto de Diocleciano (301 D. C.). Por otra parte, en cuanto al empalme, el mismo tendría lugar en el año 1450 D. C., cuando se estima que Gutenberg habría creado la imprenta. De hecho, algunos historiadores han sostenido que la libre difusión de la investigación científica y la ilustración fueron importantes precursores de la Revolución Industrial (David, 1998, 2004; Mokyr, 2002). Esto es, el camino hacia la industrialización habría sido sumamente más difícil de no haber existido la imprenta.

Por lo tanto, en función de dicha hipótesis, el mundo habría alcanzado el mismo PIB per cápita que el del año 2000 D. C. en el año 903 D. C. A su vez, en el año 936 D. C. se hubieran superado los 6.000 millones de habitantes y los 11.000 millones que se esperan para el 2100 D. C. se habrían alcanzado en el año 1038 D. C. En la misma línea, el hombre habría llegado a la Luna en el intervalo de tiempo que va desde el año 879 D. C. (por criterio PIB per cápita) al año 903 D. C. (criterio poblacional). Es más: si a partir del año 901 D. C. (momento en que se agotan los años de empalme) se supone que el PIB por habitante replicaría el crecimiento del siglo XX del 1,6% (pese a que hoy supera el 3%), el nivel de dicha variable en la actualidad sería 32,65 millones mayor que el actual, al tiempo que la población se habría multiplicado por 33,84 veces.

Naturalmente Ud., al igual que Kenneth Boulding, podría sostener que "todo aquel que crea que el crecimiento exponencial puede continuar indefinidamente en un planeta finito está loco o es economista". Por otra parte, podría darle crédito a la hipótesis de la singularidad (piense en las recientes hamburguesas generadas desde células madres de una vaca que se han impreso en un laboratorio con sabor similar a las convencionales). Sin embargo, más allá de todo esto, lo que debería quedar en claro es que la implementación del sistema populista no solo extendió la miseria del pueblo romano en aquel entonces, sino que además hundió al bienestar del mundo en una brutal oscuridad de la cual costó 1.100 años salir de ella.


(*) Javier Milei es economista y coordinador de la Mesa de Economía de la Fundación Acordar.

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