24 de septiembre de 2014

Alfonsina del Mar

Alfonsina Storni (1892-1938)
Por Esteban F. Valiente.
Revista barrial "Al Oeste del Centro".
Mar del Plata, octubre de 2001.

Alfonsina del Mar, como se la conocía en estas latitudes, compartía un origen común con muchos grandes de nuestra historia: era argentina por adopción. Había nacido en 1884 en la previsible Suiza, patria de los relojes cu-cu, la sopa en cubitos y los mas sabrosos chocolates; sociedad pulida y organizada, asesina de toda espontaneidad, que adolece del símbolo de libertad por excelencia, el mar. Quizás por eso la Srgentina la cautivó. Quizás por eso sus permanentes escapes a Mar del Plata, ciudad que brindó sosiego a su cuerpo atormentado e inspiración a su alma inquieta.

Su obra evolucionó con ella, desde el post modernismo al vanguardismo, manteniéndola siempre con ese aire intimista que brindan los escritos autobiográficos. Hay una frase célebre (honestamente no recuerdo de quién, aunque tiene aroma a Oscar Wilde) que recomienda que cuando uno admira una obra trate de no conocer a su autor, porque en general, humano y falible, no se encuentra a la altura del hecho artístico.

El suicidio de Alfonsina no es la excepción. Nadie pudo aceptar este hecho en quien había parido tanta poesía de la buena. Fue entonces que comenzó a gestarse la leyenda, buscando de dotar de cierta dignidad un cobarde episodio de suicidio. El boca en boca nos pinta a la poetisa entrando al mar con paso firme, enfrentando la muerte con la frente en alto cual heroína medieval, arrastrando entre sus pies las blancas arenas de la La Perla. La realidad es más vulgar y menos heroica.

Aquella madrugada del 25 de octubre de 1938, nuestra recordada se encaminó hacia el mar con la manifiesta intención de cortar el vínculo que la unía al mundo de los vivos, aunque quizás buscaba que el ejercicio mitigara un ataque de insomnio. Se internó en la Escollera Norte por haberla elegido para poner fin a los males de su cuerpo cansado, aunque quizás solo buscaba que las olas salpicaran su cara y la hicieran sentir mejor; arrojándose al mar con tal violencia quedó retenido en el riel de la escollera, aunque quizás ese zapato atascado la hizo caer al mar, con tan mala fortuna que un golpe accidental le hiciera perder el conocimiento provocándole una asfixia por inmersión siquiera soñada y mucho menos premeditada.

La verdad no la conoceremos nunca. Pero supongamos, a la luz de los hechos, que por propia voluntad o desgraciada fatalidad la poetisa falleció ahogada en la inmediaciones del último espigón de La Perla, siendo luego velada en la sede del Colegio Nacional por iniciativa de un joven periodista de El Progreso, que no era otro que Roberto T. Barili, y finalmente sus restos mortales fueron trasladados a Buenos Aires para ser sepultados.


Monumento a Alfonsina Storni en el Cementerio de Chacarita, Buenos Aires.


Algunos de sus poemas


Soy

Soy suave y triste si idolatro, puedo
bajar el cielo hasta mi mano cuando
el alma de otro al alma mía enredo.
Plumón alguno no hallarás más blando.

Ninguna como yo las manos besa,
ni se acurruca tanto en un ensueño,
ni cupo en otro cuerpo, así pequeño,
un alma humana de mayor terneza.

Muero sobre los ojos, si los siento
como pájaros vivos, un momento,
aletear bajo mis dedos blancos.

Sé la frase que encanta y que comprende
y sé callar cuando la luna asciende
enorme y roja sobre los barrancos.


Tú nunca serás...

Sábado fue y capricho el beso dado,
capricho de varón, audaz y fino,
mas fue dulce el capricho masculino
a este mi corazón, lobezno alado.

No es que crea, no creo; si inclinado
sobre mis manos te sentí divino
y me embriagué, comprendo que este vino
no es para mí, mas juego y rueda el dado...

Yo soy esa mujer que vive alerta;
tú, el tremendo varón que se despierta
y es un torrente que se ensancha en río
y más se encrespa mientras corre y poda.

¡Ah, me resisto, mas me tienes toda,
tú, que nunca serás del todo mío!

Monumento a Alfonsina Storni en Mar del Plata.


Frente al mar

Oh mar, enorme mar, corazón fiero
de ritmo desigual, corazón malo,
Yo soy más blanda que ese pobre palo
que se pudre en tus ondas prisionero.

Oh mar, dame tu cólera tremenda,
yo me pasé la vida perdonando,
porque entendía, mar, yo me fui dando:
"Piedad, piedad para el que más ofenda".

Vulgaridad, vulgaridad me acosa.
Ah, me han comprado la ciudad y el hombre.
Hazme tener tu cólera sin nombre:
ya me fatiga esta misión de rosa.

¿Ves al vulgar? Ese vulgar me apena,
me falta el aire y donde falta quedo,
quisiera no entender, pero no puedo:
es la vulgaridad que me envenena.

Me empobrecí porque entender abruma,
me empobrecí porque entender sofoca,
¡bendecida la fuerza de la roca!
Yo tengo el corazón como la espuma.

Mar, yo soñaba ser como tú eres,
allá en las tardes que la vida mía
bajo las horas cálidas se abría...
Ah, yo soñaba ser como tú eres.

Mírame aquí, pequeña, miserable,
todo dolor me vence, todo sueño;
Mar, dame, dame el inefable empeño
de tornarme soberbia, inalcanzable.

Dame tu sal, tu yodo, tu fiereza,
¡Aire de mar!... ¡Oh tempestad, oh enojo!
Desdichada de mí, soy un abrojo,
y muero, mar, sucumbo en mi pobreza.

Y el alma mía es como el mar, es eso,
Ah, la ciudad la pudre y equivoca
Pequeña vida que dolor provoca,
¡que pueda libertarme de su peso!

Vuele mi empeño, mi esperanza vuele...
La vida mía debió ser horrible,
debió ser una arteria incontenible
y apenas es cicatriz que siempre duele.



Dos palabras

Esta noche al oído me has dicho dos palabras
comunes. Dos palabras cansadas
de ser dichas. Palabras
que de viejas son nuevas.

Dos palabras tan dulces que la luna que andaba
filtrando entre las ramas
Se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras
que una hormiga pasea por mi cuello y no intento

Moverme para echarla.
Tan dulces dos palabras
que digo sin quererlo ¡oh, qué bella, la vida!
Tan dulces y tan mansas.

Qué aceites olorosos sobre el cuerpo derraman
tan dulces y tan bellas.
Qué nerviosos, mis dedos,
se mueven hacia el cielo imitando tijeras.

Oh, mis dedos quisieran
cortar estrellas.

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